I
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una
[aurora
y estas páginas son de este himno
cadencias que el aire dilata en las
sombras.
Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarlo, y apenas ¡oh!
[¡hermosa!
si teniendo mis manos en las tuyas
pudiera, al oído, contártelo a solas.
VII
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
-¡Ay!-pensé- ¡Cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: “¡Levántate y anda!”
XI
Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo
soy el símbolo de la pasión;
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?” “No es a
ti; no”
“Mi frente es pálida; mis trenzas de
oro;
puedo brindarte dichas sin fin;
yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?” “No; no es a ti”
“Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte” “¡Oh, ven; ven tú”
XXI
“¿Qué es poesía?”, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
“¿Qué es poesía?” ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía…eres tú.
XXVI
Voy contra mi interés al confesarlo;
pero yo, amada mía,
pienso cuál tú, que una oda sólo
es buena
de un billete del Banco al
dorso escrita.
No faltará algún necio que al oírlo
se haga cruces y diga:
“Mujer, al fin, del siglo diecinueve,
material y prosaica…”¡Bobería!
¡Voces que hacen correr cuatro poetas
que en invierno se embozan con la lira!
¡Ladridos de los perros a la Luna!
Tú sabes y yo sé que en esta vida,
con genio, es muy contado el que la
escribe
y con oro, cualquiera hace poesía
XLI
Tú eres el huracán, y yo la alta
Torre que desafía su poder:
¡Tenías que estrellarte o abatirme!...
¡No pudo ser!
Tú eres el Océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡Tenías que romperte o que
arrastrarme!...
¡No pudo ser!
Hermosa tú; yo altivo; acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque…
¡No pudo
ser!
LII
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas;
envuelto entre las sábanas de espuma,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas;
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas
orlas;
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme por piedad adonde el vértigo
con la razón me arranque la memoria…
¡Por piedad!...¡Tengo miedo de quedarme
con
mi dolor a solas!
LXVI
¿De dónde vengo?... El más horrible
y [áspero
de los senderos busca.
Las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.
¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza:
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.
LXXIX
Una mujer me ha envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de las dos vino a buscarme,
yo de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo
[rueda.
Si mañana rodando este veneno
envenena
a su vez ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?
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